Reflexiones sobre la actual coyuntura político electoral, por Rodil Rivera Rodil
Las pasadas elecciones primarias del 9 de marzo han reflejado una mayor claridad sobre la actual relación entre las principales fuerzas políticas del país. Los datos oficiales publicados por el Consejo Nacional Electoral constituyen la más confiable fuente para los que quieran formarse una idea de los posibles resultados de las generales, a la inversa de las encuestas que ya comienzan a circular, fabricadas al gusto del que las paga. El más serio y riguroso trabajo que conozco sobre el particular, proyectado sobre la base de una participación en noviembre de entre el 55 y el 60 por ciento de los electores, arroja lo que sigue:
El Partido Libre ganaría el Poder Ejecutivo por una reducida diferencia, incrementaría el número de sus alcaldías, desplazando al Partido Liberal, pero disminuiría notablemente su representación en el Congreso Nacional, aunque conservando la segunda posición que ostenta, lo que, eventualmente, por la mayoría calificada que obtendría la oposición, podría conducir a una muy grave situación de ingobernabilidad.
El Partido Nacional aumentaría en un pequeño porcentaje sus diputados y alcaldías manteniendo el primer puesto en ambos cargos. Esto es, un desempeño mucho mejor del que se esperaba por el perjuicio que le causó el ex presidente Juan Orlando Hernández que lo condujo a la debacle del 2021 y sin tomar en cuenta el inconveniente que le podría traer la falta de un arreglo entre Nasry Asfura y la esposa del ex presidente Hernández.
Y el Partido Liberal, por su parte, pasaría al tercer lugar en los tres niveles electivos al perder una significativa cantidad de alcaldías, un poco más de 20, y ampliaría su volumen de diputados, aunque siempre menos que Libre. Con lo que se alejaría más todavía de su sueño de recobrar el poder, el que con tan exaltada euforia ha ido creyendo, en vano, que se le haría realidad en cada elección general que se sucede. En las primarias no pudo superar siquiera la votación del 2021, que ya era la más baja de su historia; como partido, solo ganó en cuatro de los dieciocho departamentos, y Nasralla únicamente en dos. Más aún, por un simple análisis comparativo, lo probable es que el mayor porcentaje de sus votos haya provenido de los mismos liberales y no de sus antiguos compañeros del PSH, al igual que más se habría votado en contra de Jorge Cálix que por él. Solo repárese en que Rixi Moncada y Nasry Asfura alcanzaron 98.442 y 32.400 más votos, respectivamente, que sus candidatos a alcaldes, en tanto que Nasralla sacó 90.196 menos que los suyos.
De aquí que las esperanzas del Partido Liberal de revertir la fatalidad de ir encogiéndose hasta desaparecer o quedar reducido a su mínima expresión, a la que la historia condenó a todos lo partidos tradicionales de América Latina, sin excepción alguna, se hallen fundadas, exclusivamente, en el abrumador apoyo que el ingeniero Nasralla y sus más cercanos colaboradores están muy seguros que le brindarán los denominados electores independientes. Aunque para tan excepcional expectativa no se haya mostrado ninguna evidencia convincente, tan solo, como lo escuché de un dirigente liberal, que algunas encuestas lo ubican como la figura pública más popular de Honduras, que, si lo es, lo presumible es que lo sea, mayormente, por salir casi a diario en la televisión durante más de 35 años en la televisión.
El liberalismo, pues, estaría pretendiendo recuperarse del descomunal desatino de haberse derribado él mismo del poder -único caso en el mundo- atenido, nada más, a la “popularidad” de una persona que, de paso, nunca antes fue liberal, y despreciando olímpicamente la experiencia universal de que para enmendar catástrofes parecidas, nunca iguales, se requiere de una verdadera hazaña que solo puede lograrse mediante un trabajo duro de revisión a fondo de su estructura orgánica, su ideario, su estrategia y táctica proselitista, y en general, de todo cuanto concierne a las causas de su desgracia.
Y si recordamos la historia del partido, no ayuda mucho a esa ambiciosa meta que sus líderes de nuevo cuño lo estén arrastrando a una derecha más extrema aún, quizás, que la que sembró en el Partido Nacional Juan Orlando Hernández. Y tampoco que junto con la facción juanorlandista de este último hayan montado una lastimosa y muy poco constructiva oposición, recurriendo a francas falsedades, como que Libre planificó el desastre de las primarias porque no quiere elecciones, aun cuando el CNE se halle bajo el total control de la oposición y, por si fuera poco, lo presida el Partido Nacional. O a sofismas de corte jurídico y seudo jurídico, conforme a los cuales prácticamente todo lo que hace el gobierno es inconstitucional y, en no menor medida, apelando a la diatriba, en la que se mezcla su odio visceral a Libre y a Manuel Zelaya con el rancio anticomunismo de la Guerra Fría, y tan pobre de imaginación que lo único nuevo que se les ha ocurrido es repetir hasta el agotamiento la gastada muletilla de que Libre quiere copiar a Nicaragua, Venezuela y Cuba.
Con lo que, consciente o inconscientemente, están propiciando el retorno del juanorlandismo al poder o, de una vez, preparando la fusión de los dos partidos tradicionales en una sola derecha y extrema derecha nacional, como ha acontecido en otros países.
No deja, por tanto, de haber algo de candoroso optimismo, sino algo más, en esa confianza, un poco ciega, diría yo, en que los independientes votarán por el Partido Liberal en tan gran escala como para darle una vuelta de 180 grados a la marcada tendencia a la baja que ha venido experimentando a lo largo de estos años. Pero no soy quien para desanimarlos. Y ¡quién sabe! a lo mejor aciertan. Como se atribuye a don Quijote haberle dicho a Sancho, sin que tampoco sea cierto: “Cosas veredes, Sancho amigo”.
Lo más probable, a mi parecer, es que el voto independiente, o más exactamente, la porción de este que decida concurrir a los próximos comicios, se comporte como lo ha hecho históricamente -con excepción, tal vez, del 2021, por el repudio universal a JOH-, o sea, que se distribuya entre todos los partidos, ya sea proporcionalmente o no, pero no que se vuelque masivamente hacia ninguno de ellos, como tan alegremente asumen los liberales.
Y Libre, por su parte, tiene preocupada a la derecha porque, sorprendentemente, tendría mayor apoyo popular del que esta pregona y de lo que aparece en algunas de las mencionadas encuestas, a pesar de los errores en que ha incurrido, que no han sido pocos, y más que nada, de la feroz campaña promovida en su contra desde los propios inicios de su gobierno y en la que participan los principales medios de comunicación, la oposición, algunos conocidos periodistas y presentadores de televisión, diversas organizaciones de la sociedad civil, jerarcas de las iglesias católica y evangélica, la ASJ, el CNA, y líderes de otros tantos gremios.
Sin olvidar, desde luego, al COHEP y algunas figuras políticas de antaño que pasan reclamando a Libre y a su candidata por su censura -demasiado fogosa, quizás-, a la élite de empresarios que evade sus obligaciones fiscales, pero guardan un conveniente silencio sobre su campaña contra el gobierno, la cual, no nos engañemos, es la que mantiene al rojo vivo la polarización que vive el país. Y todo para impedir las tibias reformas tendientes a promover una mínima reducción de la desigualdad que nos agobia, en particular, la Ley de Justicia Tributaria, aun cuando lo quieran encubrir con la trillada historia de que ahuyenta la inversión extranjera, omitiendo que cuenta con la aprobación del propio Fondo Monetario Internacional.
Y menos quiere admitir el COHEP que los cambios son inexorables y que es mejor procurar influir en ellos por las buenas, para que sean menos traumáticos y aceptables, que enfrentarlos por las malas, con lo que todos salen perdiendo. Como tampoco luce enterado de que los partidos nuevos surgen siempre de las viejas fuerzas políticas, por lo que, ineludiblemente, también cargan con sus vicios, defectos, debilidades y con las otras mil y una taras que fueron acumulando a lo largo de su historia, por lo que no se les puede exigir que no se equivoquen nunca.
La verdad es que nuestra empresa privada, con las excepciones del caso, no puede tolerar la existencia de un partido de izquierda, como si lo hacen los empresarios del resto del mundo.
No quiere entender que Libre no aboga por medidas económicas de extrema izquierda, sino que, más bien, se inclina por un modelo económico un tanto parecido al de China, que tan bien combina postulados socialistas y capitalistas, y por el cual tiene ahora el mayor número de multimillonarios de todo el planeta al tiempo que ha podido sacar de la pobreza a casi 800 millones de sus habitantes y erradicar por completo la extrema pobreza.
Dicho sea de paso, hasta el general Romeo Vásquez fue embrocado en la campaña contra Libre aprovechando su rocambolesca fuga, supuestamente, hacia un ignoto lugar de las montañas hondureñas donde lo tienen lanzando coléricos ataques contra Libre. No deja de dar un no sé qué ver al otrora todopoderoso jefe del ejército en esta triste vuelta que el destino le dio a su vida. Y, sinceramente, no creo que, a sus años, le convenga andar en esos trotes y menos en intrincados matorrales en donde hasta una culebra lo puede morder, y corriendo el riesgo, además, de que por el rebote y la mofa que siempre termina produciendo en los televidentes la excesiva repetición de las mismas escenas, pueda pasar de lo sublime a lo ridículo, que es lo más grave que le puede acontecer a un político, y militar, por más señas.
Pero volviendo al tema, sería deseable que los próximos comicios no se centren tanto en los planes de gobierno de los distintos partidos -que nunca han sido relevantes en la historia electoral de Honduras, como si lo son en otras partes-, sino que, por primera vez, se ventilen, esencialmente, en torno a cuestiones programáticas y de matiz ideológico que, quiérase o no, ha traído al debate nacional la irrupción de Libre en la escena política, lo que, de alguna manera, puede permitir a la ciudadanía, ahora y en el futuro, tomar mejores decisiones sobre sus tan postergadas aspiraciones de cambio.
De otro lado, los motivos por los que Libre retendría la presidencia en la próxima contienda pueden ser varios, ninguno que tenga que ver con su aparato publicitario, que no ha sido muy eficiente que digamos. He aquí dos importantes: el primero, por el efecto positivo que innegablemente han tenido para toda la población los programas del gobierno para el mejoramiento de nuestra infraestructura vial, así como los de carácter social para las capas más necesitadas, y el segundo, porque, al contrario de lo que anteriormente sucedía, cuando la derecha contaba con el monopolio de la influencia de los medios tradicionales, hoy en día esta se ve sobrepasada con creces por las múltiples redes sociales a las que esos estratos sociales tienen fácil acceso, no solo para informarse sino para divulgar sus propios puntos de vista.
Hay más, la derecha de América Latina, y más, tal vez, la de Centroamérica, ha gozado tradicionalmente del soporte de dos pilares fundamentales: las Fuerzas Armadas, siempre listas para dar golpes de Estado a cualquier gobierno que huela a cambio social, y la embajada de los Estados Unidos, más lista aún para ordenarlos o darles el visto bueno. Lo que, en cuanto a las primeras, hoy por hoy, no parece que sea el caso de nuestro país, pero explica perfectamente que el general Romeo y sus colegas, los golpistas del 2009, hayan sido inducidos por notorios políticos, diputados y empresarios a que presionaran a los altos mandos del ejército para que dieran otro golpe de Estado o forzaran a la presidenta Castro a renunciar. Lo que, como vimos, no solo fracasó estrepitosamente sino que, por la forma irrespetuosa, sino ofensiva, en que lo hicieron, les trajo consigo, cuando menos, la mala voluntad de sus ex compañeros de armas.
Y en lo que a la embajada se refiere, todo indica que, también al revés de lo que esperaba la derecha, el gobierno pudo conciliar con el de Trump las diferencias que existían entre ambos, por lo que, al menos hasta este momento, no ha continuado con la grosera injerencia en nuestros asuntos internos de la que hacía gala la señora Dogu. Y la cual, según fuentes estadounidenses, fue despedida sin contemplaciones por actuar sin autorización de sus superiores, por haberse expresado mal de Trump y, ¡quién lo diría!, por pertenecer al Partido Demócrata de los Estados Unidos.
Si la oposición liberal-juanorlandista realmente piensa que esta forma de hacer política le acarreará votos bien puede llevarse un fiasco. Pasa por alto que el abuso de los ataques y ofensas personales en raras ocasiones agrada a los pueblos, salvo en circunstancias de extraordinaria conmoción social. Hitler tuvo éxito con su violenta oratoria por la humillación que los aliados le infringieron a Alemania con el Tratado de Paz de Versalles que la obligaron a firmar en 1919 al término de la Primera Guerra Mundial. Y Trump se ha alzado con el poder en dos oportunidades con su siempre ultrajante y amenazador discurso por los antes impensables problemas de empleo y encarecimiento de la vida por los que atraviesa su país.
No obstante, debo destacar en este punto la honrosa excepción del candidato del Partido Nacional, Nasry Asfura, quien pese a las furibundas críticas de sus correligionarios, se ha negado a sumarse al coro de los que no pueden ver un micrófono si no es para injuriar a sus adversarios políticos. Las razones que invocó en su defensa en la reciente convención del Partido Nacional son dignas de reproducirse: “Mi silencio no es ignorancia, mi gentileza no es debilidad. Ustedes me conocen, no divido, no confronto. En mi corazón no tengo odio”.
Por lo que atañe a la alianza de los partidos nacional y liberal “para sacar del poder a Libre”, que con tanta vehemencia exigía la embajadora Dogu, parece que los primeros esfuerzos que con tal propósito se han llevado a cabo después de las primarias no han fructificado porque, de acuerdo con lo declarado por un vocero liberal, ninguno de los candidatos está dispuesto a ceder.
Pienso que es factible, sin embargo, que la misma pueda materializarse pronto, dado que los viejos escrúpulos que abrigaba el ingeniero Nasralla contra la corrupción hace rato que dieron paso a ese moderno pragmatismo, elástico a más no poder -del que el propio Maquiavelo estaría impresionado-, que practican los políticos de casi todas las tendencias, tal como lo demostró cuando se adhirió sin reserva al Bloque de Oposición Ciudadana, el BOC, que a comienzos del pasado año fue disuelto por las contradicciones de carácter personal que brotaron entre sus integrantes. Y del que, cómo no, fuera su poderoso ángel de la guardia la embajadora Dogu.
Aclaro, finalmente, que no puedo descartar que la proyección electoral que he comentado no se cumpla. Porque, si bien no es verdad que la política sea impredecible, como algunos creen, si es altamente cambiante; y aun falta, estimado lector, que corran muchas aguas bajo los puentes para la cita de noviembre. De concretarse, por ejemplo, la alianza entre liberales y nacionalistas, de inmediato provocaría un giro radical en la correlación de fuerzas, aun cuando su real impacto dependería, en gran medida, de quién la encabece y, primordialmente, de que sus bases, efectivamente, la respalden con sus votos. Pero, muy posiblemente, su triunfo estaría asegurado.
Como sea, la justa electoral que se avecina será crucial, el pueblo se pronunciará sobre la suerte del primer experimento de transformación social que ha conocido en sus doscientos años de vida independiente.
Tegucigalpa, 16 de junio de 2025.
Las pasadas elecciones primarias del 9 de marzo han reflejado una mayor claridad sobre la actual relación entre las principales fuerzas políticas del país. Los datos oficiales publicados por el Consejo Nacional Electoral constituyen la más confiable fuente para los que quieran formarse una idea de los posibles resultados de las generales, a la inversa de las encuestas que ya comienzan a circular, fabricadas al gusto del que las paga. El más serio y riguroso trabajo que conozco sobre el particular, proyectado sobre la base de una participación en noviembre de entre el 55 y el 60 por ciento de los electores, arroja lo que sigue:
El Partido Libre ganaría el Poder Ejecutivo por una reducida diferencia, incrementaría el número de sus alcaldías, desplazando al Partido Liberal, pero disminuiría notablemente su representación en el Congreso Nacional, aunque conservando la segunda posición que ostenta, lo que, eventualmente, por la mayoría calificada que obtendría la oposición, podría conducir a una muy grave situación de ingobernabilidad.
El Partido Nacional aumentaría en un pequeño porcentaje sus diputados y alcaldías manteniendo el primer puesto en ambos cargos. Esto es, un desempeño mucho mejor del que se esperaba por el perjuicio que le causó el ex presidente Juan Orlando Hernández que lo condujo a la debacle del 2021 y sin tomar en cuenta el inconveniente que le podría traer la falta de un arreglo entre Nasry Asfura y la esposa del ex presidente Hernández.
Y el Partido Liberal, por su parte, pasaría al tercer lugar en los tres niveles electivos al perder una significativa cantidad de alcaldías, un poco más de 20, y ampliaría su volumen de diputados, aunque siempre menos que Libre. Con lo que se alejaría más todavía de su sueño de recobrar el poder, el que con tan exaltada euforia ha ido creyendo, en vano, que se le haría realidad en cada elección general que se sucede. En las primarias no pudo superar siquiera la votación del 2021, que ya era la más baja de su historia; como partido, solo ganó en cuatro de los dieciocho departamentos, y Nasralla únicamente en dos. Más aún, por un simple análisis comparativo, lo probable es que el mayor porcentaje de sus votos haya provenido de los mismos liberales y no de sus antiguos compañeros del PSH, al igual que más se habría votado en contra de Jorge Cálix que por él. Solo repárese en que Rixi Moncada y Nasry Asfura alcanzaron 98.442 y 32.400 más votos, respectivamente, que sus candidatos a alcaldes, en tanto que Nasralla sacó 90.196 menos que los suyos.
De aquí que las esperanzas del Partido Liberal de revertir la fatalidad de ir encogiéndose hasta desaparecer o quedar reducido a su mínima expresión, a la que la historia condenó a todos lo partidos tradicionales de América Latina, sin excepción alguna, se hallen fundadas, exclusivamente, en el abrumador apoyo que el ingeniero Nasralla y sus más cercanos colaboradores están muy seguros que le brindarán los denominados electores independientes. Aunque para tan excepcional expectativa no se haya mostrado ninguna evidencia convincente, tan solo, como lo escuché de un dirigente liberal, que algunas encuestas lo ubican como la figura pública más popular de Honduras, que, si lo es, lo presumible es que lo sea, mayormente, por salir casi a diario en la televisión durante más de 35 años en la televisión.
El liberalismo, pues, estaría pretendiendo recuperarse del descomunal desatino de haberse derribado él mismo del poder -único caso en el mundo- atenido, nada más, a la “popularidad” de una persona que, de paso, nunca antes fue liberal, y despreciando olímpicamente la experiencia universal de que para enmendar catástrofes parecidas, nunca iguales, se requiere de una verdadera hazaña que solo puede lograrse mediante un trabajo duro de revisión a fondo de su estructura orgánica, su ideario, su estrategia y táctica proselitista, y en general, de todo cuanto concierne a las causas de su desgracia.
Y si recordamos la historia del partido, no ayuda mucho a esa ambiciosa meta que sus líderes de nuevo cuño lo estén arrastrando a una derecha más extrema aún, quizás, que la que sembró en el Partido Nacional Juan Orlando Hernández. Y tampoco que junto con la facción juanorlandista de este último hayan montado una lastimosa y muy poco constructiva oposición, recurriendo a francas falsedades, como que Libre planificó el desastre de las primarias porque no quiere elecciones, aun cuando el CNE se halle bajo el total control de la oposición y, por si fuera poco, lo presida el Partido Nacional. O a sofismas de corte jurídico y seudo jurídico, conforme a los cuales prácticamente todo lo que hace el gobierno es inconstitucional y, en no menor medida, apelando a la diatriba, en la que se mezcla su odio visceral a Libre y a Manuel Zelaya con el rancio anticomunismo de la Guerra Fría, y tan pobre de imaginación que lo único nuevo que se les ha ocurrido es repetir hasta el agotamiento la gastada muletilla de que Libre quiere copiar a Nicaragua, Venezuela y Cuba.
Con lo que, consciente o inconscientemente, están propiciando el retorno del juanorlandismo al poder o, de una vez, preparando la fusión de los dos partidos tradicionales en una sola derecha y extrema derecha nacional, como ha acontecido en otros países.
No deja, por tanto, de haber algo de candoroso optimismo, sino algo más, en esa confianza, un poco ciega, diría yo, en que los independientes votarán por el Partido Liberal en tan gran escala como para darle una vuelta de 180 grados a la marcada tendencia a la baja que ha venido experimentando a lo largo de estos años. Pero no soy quien para desanimarlos. Y ¡quién sabe! a lo mejor aciertan. Como se atribuye a don Quijote haberle dicho a Sancho, sin que tampoco sea cierto: “Cosas veredes, Sancho amigo”.
Lo más probable, a mi parecer, es que el voto independiente, o más exactamente, la porción de este que decida concurrir a los próximos comicios, se comporte como lo ha hecho históricamente -con excepción, tal vez, del 2021, por el repudio universal a JOH-, o sea, que se distribuya entre todos los partidos, ya sea proporcionalmente o no, pero no que se vuelque masivamente hacia ninguno de ellos, como tan alegremente asumen los liberales.
Y Libre, por su parte, tiene preocupada a la derecha porque, sorprendentemente, tendría mayor apoyo popular del que esta pregona y de lo que aparece en algunas de las mencionadas encuestas, a pesar de los errores en que ha incurrido, que no han sido pocos, y más que nada, de la feroz campaña promovida en su contra desde los propios inicios de su gobierno y en la que participan los principales medios de comunicación, la oposición, algunos conocidos periodistas y presentadores de televisión, diversas organizaciones de la sociedad civil, jerarcas de las iglesias católica y evangélica, la ASJ, el CNA, y líderes de otros tantos gremios.
Sin olvidar, desde luego, al COHEP y algunas figuras políticas de antaño que pasan reclamando a Libre y a su candidata por su censura -demasiado fogosa, quizás-, a la élite de empresarios que evade sus obligaciones fiscales, pero guardan un conveniente silencio sobre su campaña contra el gobierno, la cual, no nos engañemos, es la que mantiene al rojo vivo la polarización que vive el país. Y todo para impedir las tibias reformas tendientes a promover una mínima reducción de la desigualdad que nos agobia, en particular, la Ley de Justicia Tributaria, aun cuando lo quieran encubrir con la trillada historia de que ahuyenta la inversión extranjera, omitiendo que cuenta con la aprobación del propio Fondo Monetario Internacional.
Y menos quiere admitir el COHEP que los cambios son inexorables y que es mejor procurar influir en ellos por las buenas, para que sean menos traumáticos y aceptables, que enfrentarlos por las malas, con lo que todos salen perdiendo. Como tampoco luce enterado de que los partidos nuevos surgen siempre de las viejas fuerzas políticas, por lo que, ineludiblemente, también cargan con sus vicios, defectos, debilidades y con las otras mil y una taras que fueron acumulando a lo largo de su historia, por lo que no se les puede exigir que no se equivoquen nunca.
La verdad es que nuestra empresa privada, con las excepciones del caso, no puede tolerar la existencia de un partido de izquierda, como si lo hacen los empresarios del resto del mundo.
No quiere entender que Libre no aboga por medidas económicas de extrema izquierda, sino que, más bien, se inclina por un modelo económico un tanto parecido al de China, que tan bien combina postulados socialistas y capitalistas, y por el cual tiene ahora el mayor número de multimillonarios de todo el planeta al tiempo que ha podido sacar de la pobreza a casi 800 millones de sus habitantes y erradicar por completo la extrema pobreza.
Dicho sea de paso, hasta el general Romeo Vásquez fue embrocado en la campaña contra Libre aprovechando su rocambolesca fuga, supuestamente, hacia un ignoto lugar de las montañas hondureñas donde lo tienen lanzando coléricos ataques contra Libre. No deja de dar un no sé qué ver al otrora todopoderoso jefe del ejército en esta triste vuelta que el destino le dio a su vida. Y, sinceramente, no creo que, a sus años, le convenga andar en esos trotes y menos en intrincados matorrales en donde hasta una culebra lo puede morder, y corriendo el riesgo, además, de que por el rebote y la mofa que siempre termina produciendo en los televidentes la excesiva repetición de las mismas escenas, pueda pasar de lo sublime a lo ridículo, que es lo más grave que le puede acontecer a un político, y militar, por más señas.
Pero volviendo al tema, sería deseable que los próximos comicios no se centren tanto en los planes de gobierno de los distintos partidos -que nunca han sido relevantes en la historia electoral de Honduras, como si lo son en otras partes-, sino que, por primera vez, se ventilen, esencialmente, en torno a cuestiones programáticas y de matiz ideológico que, quiérase o no, ha traído al debate nacional la irrupción de Libre en la escena política, lo que, de alguna manera, puede permitir a la ciudadanía, ahora y en el futuro, tomar mejores decisiones sobre sus tan postergadas aspiraciones de cambio.
De otro lado, los motivos por los que Libre retendría la presidencia en la próxima contienda pueden ser varios, ninguno que tenga que ver con su aparato publicitario, que no ha sido muy eficiente que digamos. He aquí dos importantes: el primero, por el efecto positivo que innegablemente han tenido para toda la población los programas del gobierno para el mejoramiento de nuestra infraestructura vial, así como los de carácter social para las capas más necesitadas, y el segundo, porque, al contrario de lo que anteriormente sucedía, cuando la derecha contaba con el monopolio de la influencia de los medios tradicionales, hoy en día esta se ve sobrepasada con creces por las múltiples redes sociales a las que esos estratos sociales tienen fácil acceso, no solo para informarse sino para divulgar sus propios puntos de vista.
Hay más, la derecha de América Latina, y más, tal vez, la de Centroamérica, ha gozado tradicionalmente del soporte de dos pilares fundamentales: las Fuerzas Armadas, siempre listas para dar golpes de Estado a cualquier gobierno que huela a cambio social, y la embajada de los Estados Unidos, más lista aún para ordenarlos o darles el visto bueno. Lo que, en cuanto a las primeras, hoy por hoy, no parece que sea el caso de nuestro país, pero explica perfectamente que el general Romeo y sus colegas, los golpistas del 2009, hayan sido inducidos por notorios políticos, diputados y empresarios a que presionaran a los altos mandos del ejército para que dieran otro golpe de Estado o forzaran a la presidenta Castro a renunciar. Lo que, como vimos, no solo fracasó estrepitosamente sino que, por la forma irrespetuosa, sino ofensiva, en que lo hicieron, les trajo consigo, cuando menos, la mala voluntad de sus ex compañeros de armas.
Y en lo que a la embajada se refiere, todo indica que, también al revés de lo que esperaba la derecha, el gobierno pudo conciliar con el de Trump las diferencias que existían entre ambos, por lo que, al menos hasta este momento, no ha continuado con la grosera injerencia en nuestros asuntos internos de la que hacía gala la señora Dogu. Y la cual, según fuentes estadounidenses, fue despedida sin contemplaciones por actuar sin autorización de sus superiores, por haberse expresado mal de Trump y, ¡quién lo diría!, por pertenecer al Partido Demócrata de los Estados Unidos.
Si la oposición liberal-juanorlandista realmente piensa que esta forma de hacer política le acarreará votos bien puede llevarse un fiasco. Pasa por alto que el abuso de los ataques y ofensas personales en raras ocasiones agrada a los pueblos, salvo en circunstancias de extraordinaria conmoción social. Hitler tuvo éxito con su violenta oratoria por la humillación que los aliados le infringieron a Alemania con el Tratado de Paz de Versalles que la obligaron a firmar en 1919 al término de la Primera Guerra Mundial. Y Trump se ha alzado con el poder en dos oportunidades con su siempre ultrajante y amenazador discurso por los antes impensables problemas de empleo y encarecimiento de la vida por los que atraviesa su país.
No obstante, debo destacar en este punto la honrosa excepción del candidato del Partido Nacional, Nasry Asfura, quien pese a las furibundas críticas de sus correligionarios, se ha negado a sumarse al coro de los que no pueden ver un micrófono si no es para injuriar a sus adversarios políticos. Las razones que invocó en su defensa en la reciente convención del Partido Nacional son dignas de reproducirse: “Mi silencio no es ignorancia, mi gentileza no es debilidad. Ustedes me conocen, no divido, no confronto. En mi corazón no tengo odio”.
Por lo que atañe a la alianza de los partidos nacional y liberal “para sacar del poder a Libre”, que con tanta vehemencia exigía la embajadora Dogu, parece que los primeros esfuerzos que con tal propósito se han llevado a cabo después de las primarias no han fructificado porque, de acuerdo con lo declarado por un vocero liberal, ninguno de los candidatos está dispuesto a ceder.
Pienso que es factible, sin embargo, que la misma pueda materializarse pronto, dado que los viejos escrúpulos que abrigaba el ingeniero Nasralla contra la corrupción hace rato que dieron paso a ese moderno pragmatismo, elástico a más no poder -del que el propio Maquiavelo estaría impresionado-, que practican los políticos de casi todas las tendencias, tal como lo demostró cuando se adhirió sin reserva al Bloque de Oposición Ciudadana, el BOC, que a comienzos del pasado año fue disuelto por las contradicciones de carácter personal que brotaron entre sus integrantes. Y del que, cómo no, fuera su poderoso ángel de la guardia la embajadora Dogu.
Aclaro, finalmente, que no puedo descartar que la proyección electoral que he comentado no se cumpla. Porque, si bien no es verdad que la política sea impredecible, como algunos creen, si es altamente cambiante; y aun falta, estimado lector, que corran muchas aguas bajo los puentes para la cita de noviembre. De concretarse, por ejemplo, la alianza entre liberales y nacionalistas, de inmediato provocaría un giro radical en la correlación de fuerzas, aun cuando su real impacto dependería, en gran medida, de quién la encabece y, primordialmente, de que sus bases, efectivamente, la respalden con sus votos. Pero, muy posiblemente, su triunfo estaría asegurado.
Como sea, la justa electoral que se avecina será crucial, el pueblo se pronunciará sobre la suerte del primer experimento de transformación social que ha conocido en sus doscientos años de vida independiente.
Tegucigalpa, 16 de junio de 2025.