La belleza del día: “La Compañía de Santa Bárbara”, de Ramón Martí Alsina
Ramón Martí Alsina (1826 - 1894) se ganó el derecho a ser artista a puro sacrificio. Debió luchar para ser artista, fue un inconformista en búsqueda de un estilo y cuando pudo consolidarse, la tragedia y las deudas casi le arrebatan el espíritu. Sus últimos años fueron difíciles, aunque una serie de obras históricas como La Compañía de Santa Bárbara, en la que resalta el trabajo de las mujeres durante la Guerra de la Independencia española, han quedado para la posteridad.
“La Compañía de Santa Bárbara” (1891), de Ramón Martí Alsina. Oleo sobre lienzo (4050 x 4975 cm), en el Museo Nacional de Arte de Cataluña
Muerto su padre, cuando apenas tenía 8 años, quedó bajo la potestad de su padrino, que no apoyó su deseos de ser artista y lo obligó a estudiar filosofía. Sin embargo, el catalán se las ingenió para tomar clases nocturnas en la Escuela de de arte de la Lonja.
Tuvo que abandonar su nuevo hogar para poder seguir pintando y por eso se mudó a la costeña Mataró, de donde era oriunda la familia de su madre, y allí pudo, a través de sus retratos, comenzar a hacerse un nombre en la pequeña burguesía local. Insatisfecho con esto, comienza su obra paisajista en otra ciudad cercana. El realismo se vuelve el corazón de su trabajo, un realismo duro, sin idealizaciones o embellecimientos innecesarios.
Ramón Martí Alsina (1826 - 1894) se ganó el derecho a ser artista a puro sacrificio. Debió luchar para ser artista, fue un inconformista en búsqueda de un estilo y cuando pudo consolidarse, la tragedia y las deudas casi le arrebatan el espíritu. Sus últimos años fueron difíciles, aunque una serie de obras históricas como La Compañía de Santa Bárbara, en la que resalta el trabajo de las mujeres durante la Guerra de la Independencia española, han quedado para la posteridad.
“La Compañía de Santa Bárbara” (1891), de Ramón Martí Alsina. Oleo sobre lienzo (4050 x 4975 cm), en el Museo Nacional de Arte de Cataluña
Muerto su padre, cuando apenas tenía 8 años, quedó bajo la potestad de su padrino, que no apoyó su deseos de ser artista y lo obligó a estudiar filosofía. Sin embargo, el catalán se las ingenió para tomar clases nocturnas en la Escuela de de arte de la Lonja.
Tuvo que abandonar su nuevo hogar para poder seguir pintando y por eso se mudó a la costeña Mataró, de donde era oriunda la familia de su madre, y allí pudo, a través de sus retratos, comenzar a hacerse un nombre en la pequeña burguesía local. Insatisfecho con esto, comienza su obra paisajista en otra ciudad cercana. El realismo se vuelve el corazón de su trabajo, un realismo duro, sin idealizaciones o embellecimientos innecesarios.