En medio de la creciente popularidad de las imágenes generadas por inteligencia artificial (IA) en redes sociales, el legendario director japonés Hayao Miyazaki ha vuelto al centro del debate por su firme postura en defensa de la animación tradicional y su rechazo absoluto a la digitalización del arte.
La controversia surgió luego de que usuarios comenzaran a recrear estilos similares a los de Studio Ghibli con herramientas de IA, lo que reavivó antiguas declaraciones del cineasta. “Quienquiera que las haya creado no tiene ni idea de lo que es el dolor. Me repugna profundamente”, expresó Miyazaki en una entrevista recogida por la prensa japonesa, dejando claro que jamás incorporaría esta tecnología en su trabajo.
El director de clásicos como El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro es conocido por su minucioso y artesanal proceso de creación. A diferencia de los estudios convencionales, Miyazaki no trabaja con un guion terminado: comienza dibujando storyboards a mano y deja que la historia se desarrolle de forma orgánica, sin un final definido al iniciar la producción.
“No tengo la historia terminada cuando empezamos. La película me va diciendo qué hacer”, confesó en 2002 durante una entrevista con Midnight Eye.
El documental 10 Years with Hayao Miyazaki mostró cómo el director trabaja intensamente sobre cada detalle, a menudo rehaciendo escenas y supervisando personalmente los dibujos de su equipo. Según Akihiko Yamashita, animador clave de El castillo ambulante, Miyazaki “dibuja todo él mismo, y si algo no le gusta, lo corrige a mano”.
Este enfoque riguroso y profundamente humano contrasta con el uso automatizado de la IA, que ha generado polémica por apropiarse de estilos artísticos sin consentimiento. Para Miyazaki, el arte animado debe tener alma, intención y conexión emocional, cualidades que —según él— la inteligencia artificial no puede replicar.
Su más reciente película, El niño y la garza (2023), es prueba de ello: una obra completamente hecha a mano que le valió su segundo Oscar y que reafirma su legado como uno de los grandes defensores del cine de animación tradicional.
En medio de la creciente popularidad de las imágenes generadas por inteligencia artificial (IA) en redes sociales, el legendario director japonés Hayao Miyazaki ha vuelto al centro del debate por su firme postura en defensa de la animación tradicional y su rechazo absoluto a la digitalización del arte.
La controversia surgió luego de que usuarios comenzaran a recrear estilos similares a los de Studio Ghibli con herramientas de IA, lo que reavivó antiguas declaraciones del cineasta. “Quienquiera que las haya creado no tiene ni idea de lo que es el dolor. Me repugna profundamente”, expresó Miyazaki en una entrevista recogida por la prensa japonesa, dejando claro que jamás incorporaría esta tecnología en su trabajo.
El director de clásicos como El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro es conocido por su minucioso y artesanal proceso de creación. A diferencia de los estudios convencionales, Miyazaki no trabaja con un guion terminado: comienza dibujando storyboards a mano y deja que la historia se desarrolle de forma orgánica, sin un final definido al iniciar la producción.
“No tengo la historia terminada cuando empezamos. La película me va diciendo qué hacer”, confesó en 2002 durante una entrevista con Midnight Eye.
El documental 10 Years with Hayao Miyazaki mostró cómo el director trabaja intensamente sobre cada detalle, a menudo rehaciendo escenas y supervisando personalmente los dibujos de su equipo. Según Akihiko Yamashita, animador clave de El castillo ambulante, Miyazaki “dibuja todo él mismo, y si algo no le gusta, lo corrige a mano”.
Este enfoque riguroso y profundamente humano contrasta con el uso automatizado de la IA, que ha generado polémica por apropiarse de estilos artísticos sin consentimiento. Para Miyazaki, el arte animado debe tener alma, intención y conexión emocional, cualidades que —según él— la inteligencia artificial no puede replicar.
Su más reciente película, El niño y la garza (2023), es prueba de ello: una obra completamente hecha a mano que le valió su segundo Oscar y que reafirma su legado como uno de los grandes defensores del cine de animación tradicional.